lunes, 7 de diciembre de 2015

Vuelvo.

Dime tú: ¿Qué gano yo con todo esto?
Si con dificultades ando
y sin dificultades vuelvo.
Si fuera de impedimento alguno
y con el corazón en boca
me pongo a andar y cojear a encuentro tuyo.

Dime tú: ¿Qué gano yo con todo esto?
si los nervios  que dentro de mí se atascan,
con su naturaleza ingrata
se retuercen, se estremecen…
Y me matan.

Qué gano yo al recorrer
el sendero que arde en llamas
y que sin piedad alguna
incinera los cascajos de mi alma
con la insuficiente paga
de enamorarme a galope suelto
de la quimera de tu ser.

¿Qué gano yo?
Si con dificultades ando
y sin dificultades vuelvo.
Y vuelvo con regocijo,
vuelvo a ti que de amante me destierras
y de desconocida me reclamas.

Pero vuelvo,
y vuelvo con voluptuosidad constante
que rebosa con mirarte
y con mirarte hilarante goza.

Vuelvo contenta
esperando ya en mi pena
que de enamorarme de ti fue
y que sin amor tuyo condena.

Pero es que dime tú:
¿Qué gano yo con todo esto?

viernes, 25 de septiembre de 2015

Me harté.

Y en un momento, me harte. 
Puedes cuestionarme toda la vida el por qué, o en qué momento lo decidí pero es que la verdad no lo sé. Lo único vago y efímero que puedo rescatar de ese instante es que, en un segundo, de pronto y precipitadamente me harté. Me harté de estarme preocupando de cada acto que hacía y si este incomodaría, molestaría, fastidiaría o inclusive, echase a perder una relación. 
Toqué el límite que jamás pensé tocar. 
Porque, claro que sí, antes, yo era de ese tipo de gente que pensaba todo con calculadora frialdad y se tragaba palabras y pensamientos sólo para mantener una relación de cualquier tipo. Dando todo de mí a algo que inevitablemente iba a terminar por ceder y romperse. 
Me harté de quebrarme los dedos, me harté de tener que mentir y disfrazar todo lo que soy y la integridad de mi imaginación para enmarcar estándares necesarios para poder quedarme en alguna posición. 
Me harté de ser yo, siempre yo la que tenía que luchar para hacer crecer y nutrir, para cultivar y regar relaciones por todos lados, relaciones que no merecían o que simplemente no debían de ser sembradas. 
Me harté de reprimirme, de encerrarme, enclaustrarme. De violentarme tan descaradamente por la gente de mi alrededor. 
¿Entonces sabes qué hice?
Me liberé. 
No tengo idea de qué fue lo que me orilló a hacerlo pero lo hice. Ahora digo lo que creo, pienso o siento sin miedo. Si la gente se aleja es porque quiere hacerlo y no me da miedo que lo hagan. Soy libre de toda culpabilidad en ese aspecto. 
Entonces me doy cuenta de lo gracioso que es que tuve que llegar a un culmine de la exasperación y depresión para poder volver a salir y tocar las estrellas. 
Me siento la mujer más feliz de todos los tiempos. 
Quizá, tú estás en la misma situación. 
¿No te lo has preguntado? Deja de complicarte el hecho de por qué haces lo que haces y no midas las consecuencias de tus palabras conforme a tus sentimientos y conocimientos. 
Tampoco te estoy diciendo que te vuelvas una lengua suelta y que no te importe nada en la vida. Que te importe lo que tenga que importarte. Sé coherente, sé libre. 
Mantente feliz. Mantente fuerte. Mantente firme. 
Mantente, con eso ya tienes la mitad del camino ganado. 

viernes, 20 de febrero de 2015

Gracias al cielo, te odio.

Es gracioso que hasta ahora entiendo eso que dicen tanto los intelectuales de que "el amor no existe". Se me hacía una falta de sentir y una insolencia a creces escuchar algo como eso, hasta esta noche, mientras me agitaba con desenfreno entre silencios incómodos. El amor existe, pero no es amor. ¿Cómo decirlo? El amor de hoy en día es regalar flores el 14 de febrero, amar es tener una relación de muchos besos y pocos sentimientos. Amar es gritar "Te amo". Amar es poseer a alguien y agarrar toda esa porquería de sentimientos en un nudo para intentar meterlo en el corazón de alguien más. Amar es estar enfermo, es ser hipócrita. Amar es una acción vil.

Sin embargo, hay otra cosa. Hay un algo, que no puedo decir qué es. Es... Eso que siento en mi estómago cuando te veo, el revoloteo que me hace necesitar estar cerca de ti. No puedo decir si el respeto y admiración que te tengo tengan algo que ver con esto. Esas ganas de escaparme contigo de este mundo lleno de un amor insulso y egoísta. Es el sentirme tan normal a tu lado, es el sentir que el tiempo tiene una relevancia tan pequeña. Son las miradas de soslayo lo que me mantienen vida. Yo no te amo, no podría sentir algo tan horrible hacia a ti.
Cuando te veo me siento menos sola, menos turbia, menos perdida. Cuando te veo me dan menos ganas de morir. No es como en el amor, no es que no pueda vivir sin ti, no es que viva por ti. No es que dependa de ti, ni tú dependas de mí. No es que necesite tomar tu mano para saber que lo que siento es de verdad, porque ahora ya no sé. No sé qué siento porque creí que sabía lo que era cuando creí que sabía que amaba. ¡Qué horror! Junto a ti escucho a Florence recordándome que los días del perro acabaron.

Gracias al cielo, no te amo. Puto amor enfermizo. Gracias a algo te tengo este odio que me hace querer bailar y llorar, y gritar. Que me confunde con el sentir tu mirada inspeccionando mi rostro, que me sube el color con oírte reír, que me hace sentir tan inconforme. Que me hace querer todavía más, y más. Gracias al cielo, te odio. Odio esa sonrisa, y esa voz, y ese humor. Y odio ese pensar, y odio tus brazos, y odio tu cabello. Odio tus gustos y odio como respiras ¡Te odio! Y soy tan feliz de saber que lo hago porque eso significa librarme de estar en busca de algo tan horrible como tu amor.

¡Te odio, y Glob, cómo me encanta hacerlo!

sábado, 7 de febrero de 2015

Te quiero.

Me quieres.

Y lo haces a pesar de que yo lloro todos los días. Me quieres a pesar de mi corazón partido, y de mis miedos. De mis fobias. Me quieres cuando intento verme bella para ti y cuando me tiro en una depresión psicótica. Me quieres aunque tenga esta actitud infantil y soñadora, y aunque difiera a todo lo que tú crees, por el simple hecho de ser tan luna y tú tan sol.
Me quieres cuando aprieto tu mano en la oscuridad, me quieres cuando no quiero nada. Estás allí, y me soportas, y me cuidas, y me quieres cuando yo no tengo nada que darte más que amargura y depresión. Me quieres.
Me quieres cuando río frenéticamente, y cuando canto desentonada. Me quieres cuando vuelo tan alto como tú, y me sigues queriendo aún cuando te digo que no soporto las alturas por tanto tiempo, que estoy acostumbrada a una mediocre y miserable vida terrestre. Me quieres cuando te digo que me asustas. Cuando te llamo en la madrugada, cuando te pido que no me quieras. Pero lo haces, y te quedas.
Me quieres cuando lanzo agudos gritos de dolor en la madrugada, cuando te hago prometer estupideces por una inseguridad infundada y completamente estúpida. Cuando me siento herida por cualquier pequeñez, me quieres cuando me muerdo las uñas, y me lanzo a la desesperanza. Cuando todo lo que quiero es morir, y me quieres ¿POR QUÉ?

¿.. por qué? ¿Qué hiciste para merecer un castigo tan poco efímero como el de enamorarte de alguien... como yo? ¿Qué hice para merecer un placer bendito tan infinito como para enamorarme de ti?
Y es que a pesar de todo esto, me quieres.
Y además de todo esto, te quiero.

viernes, 6 de febrero de 2015

Paseos.

¿Qué puedo decir? Mis manos tiemblan y tú estás allí parado, sin decirme nada. Miras al vacío aún con la sonrisa en esos bellos labios que tanto me gustan. ¿Cómo te explico que jamás me había sentido así? ¿Escuchas mi corazón? Palpita demasiado fuerte como para que no puedas escucharlo.

Pero, ¿Qué puedo decir? Me encanta caminar a tu lado, y sentir como mi piel arde cada que me tocas. Me desvive esas cómplices miradas asesinas que cruzamos de vez en cuando, porque aunque para ti sea nada, para mí lo son todo. Es como un pequeño mundo que creé donde tú siempre cuentas las mejores historias y yo siempre suelto las mejores risotadas.

Porque de algún modo u otro, estamos aquí. Y tú respiras, y yo exhalo. Estamos bajo un cielo infinito y rodeados de centenares de sonidos de autos que forman las sinfonías más bellas. Te doy todo lo que tengo entre sonrisas mimadas y tú te burlas cariñosamente.

Entonces recuerdo que tengo exámenes, y que tengo una gripe del demonio. Entonces estás tú. Recuerdo la pelea que tuve con mamá por la mañana, y cómo el transporte iba tan lento que los peatones lo rebasaban. Y está tu sonrisa. El momento en que le tomé al café hirviendo, recuerdo que ya no tengo batería, y recuerdo tus malos chistes, y que tengo demasiada tarea. Recuerdo que tengo trabajo mañana por la mañana. Suena mi estómago de hambre, y ruge mi espíritu de ansias de ti. Y me doy cuenta de lo bella que es la vida ahora que estás en ella.

jueves, 5 de febrero de 2015

Me gustan los monstruos.

Me gustan así. Las bestias terroríficas que se camuflajean entre la maleza. Los animales nocturnos con tersa piel sabor a limón y cabello azabache con carbón.
Me gusta la manera en la que su cuerpo se alarga hasta las puntas de sus dedos y tocan con afinidad su nariz. Me gusta cuando me asustan, me dejan ver su juventud sedienta y gozosa de cognición y rebeldía. Rebeldes al mundo, a la sociedad. Al amor. A mí.
Me gustan cuando ríen apresuradamente y desmenuzan en la delgadez de sus orejas mi chillonas palabras para responderlas con sinfonías desde su garganta.
Me gustan locos y deschavetados. Ciegos a la materia. Que existan en pensamiento, en idea, en ser.
Me gustan los monstruos que conocen la ironía, el sarcasmo. Me gustan los de delgadez infinita y calidez latente. Me gustan los fachosos y desarreglados; despeinados y desmesurados. Los desequilibrados.
Los que tengan prioridades más importantes que su aspecto. Mee gustan atractivamente divertidos. Me gustan escultores de momentos, constructores de aviones de papel. Me gustan los irrealistas, los puntillistas, los barroquistas.
Me gustan como para tirarme a oír "Jupiter Crash" en una habitación oscura y alucinar entre el bajo y el humo sensaciones al tacto. Me gustan como para no dormir hablando o como para hablar dormida.
Alguien como para divagar, como para inhalar hasta llenar los pulmones y romper la barrera de lo imposible. Como para respirar despacito. Para encontrar la cresta del cielo y hallar arcoíris en los focos del camión.
Me gustan únicos, como para besarles los defectos. Me gustan como para enseñarle a escribir poemas si él me enseña a viajar novelas.
Me gustan los monstruos de verdad, los males de todo cuento. Los que tienen una dieta rigurosa de príncipes y polvo de hagas. Que devore finales felices y desgarre vestidos de gala. Los villanos satíricos, sencillos tejedoras de sonrisas.
Pero, independientemente de todos estos puntos innecesarios y fetichistas de mi parte... Estoy ansiosa, deseosa, anhelante de un alguien que sepa nadar entre sopas de letras. Que vuele mientras baile aunque me pise los zapatos en el aire. De uno que grite, que calle. Un monstruo libre. Por que no hay nada más bello y sublime que un hombre (o un monstruo) que sabe vivir.